Emmanuel Hocquard

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"La quinta parte de una línea no puede escapársenos"

Esta exposición reúne, en un lugar alejado de todos los demás, pinturas que fueron realizadas en lugares distintos, bajo luces diferentes, durante un período de veinte años. Un conjunto así muestra, elípticamente, el producto de un trabajo de veinte años pero no muestra ni el trabajo ni el tiempo de este trabajo. Es esta doble parte invisible, desmesurada, la que quisiera evocar aquí: "un deseo de tocar a distancia, como si el nombre (Raquel) fuera el signo físico de la visibilidad" (Jacques Sojcher).

Que se me permita hablar como el escritor que, durante todos estos años, compartió cotidianamente el mismo trabajo y las mismas pasiones intelectuales del pintor. Y no hablo solamente de Orange Export Ltd., la casa de edición que fundamos y dirigimos juntos durante quince años.

Comenzaré con una fotografía, muy abstracta, en blanco y negro, sacada de un álbum que Raquel había justamente intitulado: sin ornamento sin interrupción (título que no comporta ni mayúscula inicial, ni puntuación final). La fotografía, contemporánea de los trípticos y dípticos aquí expuestos, representa el taller de Raquel visto a contraluz, sin personajes, y sólo muestra las líneas rectas, verticales y horizontales de los ventanales y de los muros, y las superficies rectangulares de los cuadros y de las mesas. Está acompañada de la leyenda siguiente: en cada sala existe una cierta cantídad de volúmenes y de superficies que se pueden percibir... la quinta parte de una línea no puede escapársenos. Esta fotografía (que ustedes no ven) con su leyenda que se termina (?) de forma más bien enigmática, es en mi opinión una buena introducción al trabajo invisible del que hablo. Hay que asociarla a otras dos fotografías publicadas en el mismo álbum, que comenta Marcelin Pleynet en su muy hermoso estudio sobre Raquel: una de ellas muestra a la artista en su infancia, en Gibraltar donde nació, frente a la reja del cementerio; la otra representa a su abuela en los últimos años de su vida, un libro abierto entre las manos. (El libro es blanco, en la fotografía, como la Carta de Vermeer.) "De cada una de estas fotos y de sus comentarios, escribe Marcelin Pleynet, es imposible no ver funcionar un orden de interpretación donde la función del cuerpo juega genealógicamente, sobre fondo de cementerio, su aparición y desaparición en el libro de la antepasada. Estos juegos tienen como consecuencia la memoria y, más adelante, más allá, la audición genealógica de la memoria: el libro."

Hace algunas semanas, en este fin de verano de 1990, desde este mismo taller que figura sobre la fotografía, vi salir las pinturas, después de haber sido enrolladas en mira a su transporte más allá del Atlántico. Imagino hoy, a distancia, estos rollos de tela desenrollados y reconvertidos, sobre los muros de la galería que los recibe, en una cierta cantidad de superficies que se pueden percibir: una elipsis desarrollada frente a sus ojos, como el libro antiguo (volumen) o, también, como el libro blanco que tiene la abuela entre sus manos al final de su vida. Ustedes que entran hoy en estas salas donde pueden percibir una cierta cantidad de volúmenes y de superficies, ustedes están entrando en un libro. Esto no es una metáfora. Marcelin Pleynet no se había equivocado cuando, excelentemente, intituló su estudio sobre el pintor: El libro de Raquel _ Es imposible describir un libro, ya que su descripción exacta sería el libro mismo. La pintura de Raquel, más que cualquier otra, logra esta tautología, que desalienta los comentarios artísticos. "Los cuadros de Raquel no son fáciles de ver, escribe Marcelin Pleynet. Su pintura no es como ninguna otra y es, si se me permite decirlo, más difícil que ninguna otra."

Pero no nos está vedado recurrir a las palabras del pintor. Y observar que estas palabras son, literalmente (no metafóricamente), las que utilizamos para hablar del libro: la quinta parte de una línea no puede escapársenos.

No me detendré en las palabras: margen, volumen, plegadura ..., ni sobre la predilección por el díptico (la doble página del libro abierto).

Tampoco me extenderé sobre los libros realizados con los escritores; ni sobre la importancia de la obra sobre papel; ni siquiera sobre el vaivén, absolutamente esencial, entre el libro y el lienzo, intercambio que no cesa de alimentar y enriquecer la búsqueda del pintor. Y la de aquellos que han trabajado con ella.

Subrayaré sin embargo que, de todos aquellos que han hablado de su pintura, son los escritores quienes lo han hecho con mayor pertinencia.

Pero todo esto es suficientemente evidente. Lo que lo es menos, es esta dimensión no visible, a propósito de la cual Claude Royet-Journoud escribe: En efecto hay narracíón... y como toda narración, ésta tiene que ver con el tiempo y la memoria.

Es así que Raquel escribe: "El tiempo de la fabricación forma parte del tiempo de la pintura. La pintura lleva también consigo el relato de ese tiempo. Lo que se muestra es también ese trabajo, esa lenta (de)construcción. La memoria trabajando."

¿Paradoja? Lo que caracteriza precisamente lo radical de esta posición "al revés", es que aquí la memoria trabajando no procede por descubrimientos sucesivos (puesta al día de objetos identificables y, por consiguiente, repertoriables estéticamente o señálables históricamente), sino al contrario por recubrimientos. Tales recubrimientos tienen como efecto el evacuar (esconder dice Marcelin Pleynet) toda traza de representación. Esta, reducida a esos campos cromáticos monocromos o casi, neutraliza al final el color mismo como referente último, ya que efectivamente hay desaparición, blanquimiento (del libro de la abuela) aún si los colores avecinan frecuentemente el negro. Pero no se trata del color. Para limitarme al vocabulario del libro, yo diría que la obra se (de)construye en palimpsesto.

"Se deposita en capas", escribe Raquel. "En esta superposición de capas, añade, se encuentra un resumen de toda mi historia, la historia de mi pintura". E insistir, a propósito de esto, en la lentitud, como Wittgenstein: "Quisiera frenar el tempo de la lectura. Porque me gustaría ser leído lentamente... Sucede que una frase sólo pueda ser comprendida si se lee con el tempo requerido. Todas mis frases deben ser leídas lentamente".

De esta lentitud, Raquel habla así: "Pienso en ese fotógrafo que hace fotografías del metro de Nueva York, a las seis de la tarde. Nadie aparece en las fotografías. Como si los andenes del metro estuvieran desiertos. Simplemente porque el tiempo de exposición es tan largo que las personas presentes, en movimiento, pasan demasiado rápido frente al objetivo para que la película pueda registrarlas. En mi pintura una desaceleración análoga consume todo lo superficial, lo superfluo.

En los trípticos por ejemplo, Raquel reitera un espacio de vacuidad (como para acentuar su amplitud), pinta la detención del trabajo hasta dislocarse la mano.

La reiteración, ese trabajo oscuro, no es la repetición. Tres golpes: tres figuras: sucedió: ya no hay tiempo. El espacio de la separación ha sido atacado. Las líneas quebradas indican que la representación misma a tenido lugar. Lo que sucede se sitúa después en el espacio y en el tiempo y detrás de toda historia.

“Esta pintura: nota final, post scríptum sin fin de una historia de la que ignoramos hasta la primera palabra”. (Alain Veinstein).

Emmanuel Hocquard

Paris, 22 de Septiembre 1990

 

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